Fragmento de la introducción o prólogo de Enrique Tierno Galván a la segunda edición (1976) de “El Ideal Andaluz” de Blas Infante Pérez. Infante fue declarado Padre de la Patria Andaluza por el Parlamento de Andalucía, en el Preámbulo del Estatuto de Autonomía de Andalucía aprobado el 13 de abril de 1983. El texto completo en pdf se remite por e-mail. Peticiones a la Escuela de Estudios Sociales y Políticos “José Llavador Mira” del PSOE de San Jerónimo: formacion@psoesanjeronimo.es
BLAS INFANTE PÉREZ
La actualidad de Blas Infante va vinculada a la actualidad de sus ideas acerca de los problemas andaluces y el mejor medio político para su solución.
Para cualquier lector español, la actualización de Infante está en relación con sus ideales andaluces y con la presencia del problema que tantas veces he llamado reaparición de las etnias. Si Blas Infante hubiese dedicado sus lecturas e ingenio a otro tema, a juzgar por los libros y artículos que de él tenemos, habría caído en el olvido o sería cuanto más rescatado por algún investigador minucioso de los ensayistas locales andaluces. No considere el lector el juicio anterior en mal sentido, de que valore en muy poco el talento de Infante. Mi intención es subrayas que la altura intelectual de este escritor y la novedad de su reaparición consiste en que está impregnado de una idea lo que quedaría sería poco. En el andalucismo de Infante, entendiéndolo como defensa de la región andaluza, de sus cualidades positivas y protesta de su miseria y explotación, descansa la aureola hoy por hoy magnífica que rodea su nombre. Así ocurre por otra parte en la mayoría de los casos; cuando no hay una idea o principio que impregne y defina el pensamiento y la conducta, lo ocasional predomina sobre lo permanente y escritores que tienen esta condición decaen y tienden a desvanecerse en el olvido. Hay que añadir, no sería justo eludirlo, que Infante murió en los días trágicos de la guerra civil y que fundamentalmente murió por sus ideas. Con esto el halo de dignidad se perfecciona porque no hay mejor perfección que la muerte que arrebata la vida por mantenerse en un convencimiento.
Algunos amigos que le recuerdan, y sus propios familiares, me han dicho bastantes veces que el asesinato de Blas Infante tuvo poco que ver con sus convicciones. Me han explicado cómo fue y me han insistido en que un pleito familiar en que andaba por medio la propiedad de una finca fue la causa verdadera de la muerte del defensor y panejirista (sic) de Andalucía, pero no es esto rigurosamente cierto a mi juicio. Sabemos, es verdad, quienes le mataron y que les guió la codicia, pero habrá otra razón que a mi juicio es la definitoria: Blas Infante defendió la autonomía de Andalucía, era un autonomista y además estuvo siempre al lado de los pobres, en términos más justo, de los explotados, y, esta fue la razón que realmente provocó su asesinato. En España la lucha de clases se traduce en el orden subjetivo en algo parecido a esa vieja institución que recogen nuestros fueros medievales y de la que no hay equivalente que yo sepa en la Edad Media. Me refiero a la “vieja saña alzada”. Era una exigente total en algunos casos, y sin valor de institución aún la llevamos en la sangre cuando estalló la guerra civil y durante la guerra civil, y el rico explotador y también el pobre explotado obedecieron al implacable mecanismo en la lucha de clases convertido en guerra de clases, respondiendo al remoto supuesto vital, más que jurídico, de la “vieja saña alzada”.
Esa “vieja saña alzada” llevó a algunas personas a matar a Infante, olvidándoseles que era un modelo de ciudadano, un irreprochable padre de familia y un hombre tan bueno por condición o quizá por naturaleza, que no toleraba que en su presencia se castigase a ningún animal. Sus sobrinos me relatan la cólera de Infante contra un campesino que golpeaba al caballo para que anduviese más ligero.
El lector compone, sin ningún esfuerzo, la imagen de esta personalidad y también el ambiente. En la Andalucía pobre que el propio Infante describe, con jornales que apenas podrían sostener en pie al cabeza de familia, sometidos los campesinos a la voluntad caprichosa y algunas veces cruel del dueño de la tierra y del ganado, Infante, con el prestigio de su conducta y la autoridad de su cargo fundamentalmente, vinculado a la actividad burguesa, se alzó acusando permanentemente más que en voz alta en público, pues utilizó el libro y el periódico.
En la red de complicidades de la clase explotadora andaluza se habrá desatado un nudo, y por el agujero que ocasionó se escapaban miserias que aunque conocidas seguían tapadas y sobre todo una explicación sistemática de cómo la clase dominante, la dueña del suelo, utilizaba aún siervos en condiciones peores que las de la servidumbre antigua, como suele ocurrir cuando de los siervos del capitalismo moderno se trata. En cierto sentido Infante es un “desclasado”. Me parece haber entrevisto esta condición a través de sus escritos. Estaba tan identificado con el pueblo andaluz que había llegado a sentirse fuera de los condicionantes de la clase a la que pertenecía. Es ésta una cualidad que no noto en ninguno de los autonomistas o nacionalistas catalanes, vascos o gallegos, de la misma época. Leyéndolos me percato de su buena voluntad y de su sinceridad, pero también de que no saben de los límites que impone la conciencia de clase burguesa. En este sentido no son revolucionarios, son amantes de su terruño, defensores de una nueva estructura para el Estado español, pero llegan, hablo en general, a tocar intereses fundamentales de la burguesía de la que son parte. La conciencia de clase define sus ideas, pues nunca ocurre lo contrario de no caer en el idealismo ingenio de muchos de estos autores que creían de buena fe que sus ideas definían su conciencia de clase.
Infante es un desclasado como he dicho. Por consiguiente mucho más que un regionalista andaluz esencialmente era un revolucionario y parte de principios revolucionarios. A mi juicio no siguió un camino recto hacia la revolución por el hecho, tan simple en apariencia, de morir cuando tenía que haber respondido al reto de la guerra civil. Metiéndome en el terreno de la inducción más que de la conjetura, me atrevo a presuponer que si la “vieja saña alzada” no hubiera acabado con Don Blas éste hubiera concluido defendiendo las doctrinas marxistas, pues hay momentos en su obra en que parece que está al borde de aceptar la concepción del mundo que va implícita en la metodología del materialismo histórico.
Pero la guerra no permitió la gran experiencia. No tuvo la oportunidad que tuvo Antonio Machado y otros intelectuales. Desde este punto de vista la guerra civil fue la gran piedra de toque. Se pueden contar con los dedos de las manos los intelectuales de mucha talla que siendo burgueses por conciencia de clase o condición familiar, siguieron un proceso de desclasamiento y acabaron identificados con el pueblo y metidos de lleno en la clase de los explotados dispuestos a defenderlo y compartir sus posicionamientos de clase has el fin. A mi juicio, es éste un signo de absoluta grandeza y no es frecuente que el hombre acceda a la grandeza vital e intelectual al mismo tiempo. Muy pocos son los ejemplos de personalidades de excepción que podemos citar, son muchos de personalidades intermedias o de las que ya estaban en este camino y siguieron pero son muy pocos los intelectuales sobresalientes en alto relieve, que ante la prueba de la guerra respondieron con el desclasamiento en lugar de seguir la vía burguesa, aunque fuera desde posiciones críticas respecto a la dictadura. Repito, quizá porque es tema en el que he pensado muchas veces, que Infante hubiera expresado de modo público y notorio su pérdida de conciencia de clase y la recepción de una nueva, de modo explícito pues su muchísimo talento, la natural bondad y la grande erudición que poseía, le hubiera convertido de haber vivido, en un compañero más. Tan fuerte es en mí esta idea, que tengo que reprimirme para no escribir el Compañero Infante.
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