Ayer el PSOE
remitió a los distintos partidos con los que está negociando la creación de una
mayoría parlamentaria que permita la elección de un gobierno que pase página a
los cuatro años de gobierno del PSOE, un documento para comenzar los debates, y
que puedes leer completo aquí.
Se trata no
del programa electoral de los socialistas, sino un documento donde se buscan
los puntos más próximos entre los programas de todos los partidos que se
sentarán a negociar, de forma que todos los partidos puedan alcanzar una
posición conjunta, en el que todos cederán algo pero en el que todos puedan
verse reflejados.
A continuación
ofrecemos la transcripción de su introducción.
Vivimos
el inicio de un tiempo nuevo para España.
El
resultado de las elecciones del pasado 20 de diciembre plantea un escenario político
nuevo, muy diferente al que hemos conocido durante los treinta y siete años de
democracia constitucional.
Se
han multiplicado, a izquierda y derecha, los actores políticos. Se ha
incrementado el pluralismo de las Cámaras y se ha puesto fin a un largo período
de mayorías claras de un solo partido. Y la capacidad de formar un Gobierno
estable ya no está predeterminada, sino que tendrá que responder a acuerdos
entre fuerzas políticas diferentes.
Es
un resultado que, sin duda, abre incertidumbres pero es un resultado que
también ofrece seguridades.
La
más importante de ellas es la voluntad de cambio expresada por los ciudadanos.
Con su voto, los españoles y españolas han hecho realidad su decisión de
iniciar un camino distinto: distinto en cuanto a quién prefieren que dirija su
Gobierno; distinto en cuanto a lo que exigen a su Gobierno; distinto en cuanto
a la forma en que quieren que su Gobierno actúe y también lo hagan el resto de
las instituciones.
La
mayoría abrumadora de los ciudadanos ha dejado claro que, para la época que
ahora se inicia, ha pasado el tiempo del Partido Popular.
Desde
posiciones diferentes, han coincidido en su deseo de no encomendar al PP la
dirección de la vida colectiva en esta nueva legislatura. Lo han hecho con
tanta contundencia que el propio Partido Popular ha reconocido que no puede
afrontar una investidura con su candidato porque cuenta con una mayoría
absoluta contraria a ello.
Es,
sin duda, el resultado de cuatro años de gobierno de espaldas a las necesidades
de los ciudadanos, de promesas negadas, de compromisos incumplidos, de
supresión de derechos, de extensión de la pobreza, de pérdida de la esperanza
para millones de españoles, con efectos particularmente devastadores para los
jóvenes que afrontan el comienzo de su vida adulta.
Han
sido cuatro años en los que se ha confiado demasiado la recuperación económica,
por un lado, al deterioro de las condiciones de vida y trabajo de los
trabajadores y los autónomos y, por otro, a un recorte en el gasto público
destinado a luchar contra la desigualdad, asegurar la igualdad de oportunidades
y ofrecer seguridad contra las situaciones de necesidad vinculadas con la edad,
la enfermedad, la dependencia, la pobreza, la condición de mujer o el
desempleo. Han sido cuatro años en los que el sector público nos deja una deuda
del 100 por 100 del PIB, un déficit cercano al 5%, un desfase presupuestario en
la Seguridad Social de más de 10.000 millones de euros y unos Presupuestos para
2016 que, para cumplirse, necesitarían, según la Comisión Europea, de un
recorte del gasto de no menos de 9.000 millones de euros. Cuatro años en los
que en el mercado laboral se ha reflejado, mejor que en cualquier otro sitio,
las secuelas de la crisis y de las políticas económicas aplicadas por la
derecha: una insoportable tasa de paro y un deterioro profundo de la realidad
de nuestros trabajadores tanto de los parados, con un descenso de la tasa de
cobertura de desempleo y de la protección por el mismo, como de los ocupados,
en los que se ha producido una reducción salarial superior al 7%, una
importante pérdida de derechos laborales y una duplicación del número de
trabajadores sin la protección de un convenio colectivo.
Han
sido cuatro años en los que el malestar ciudadano se ha traducido en una
desconfianza creciente hacia representantes públicos que han juzgado muchas
veces alejados de los problemas de su vida cotidiana. Han sido cuatro años en
que se han hecho patentes las insuficiencias del sistema político para hacerse
permeable a las reclamaciones de los españoles. Han sido cuatro años en que ha
crecido la exigencia de modernizar nuestro sistema político, económico, social,
cultural, para hacerlo más participativo, más sólido, más democrático, y más
resistente ante una crisis de cualquier naturaleza que pueda afectarnos en el
futuro.
Han
sido cuatro años, también, en los que la dignidad de nuestra vida en común se
ha visto mancillada por la extensión de una corrupción que mina la confianza,
destruye el compromiso con los intereses generales, deteriora nuestros recursos
públicos y pone en evidencia el funcionamiento de servicios esenciales del
Estado, especialmente cuando afecta al entorno mismo del gobierno o de las
Administraciones.
Y
han sido, en fin, cuatro años en los que hasta la entidad misma de España se ha
visto cuestionada por ciudadanos y fuerzas políticas que han hecho de la
ruptura de España su única seña de identidad, su único programa político.
Al
reclamar el cambio político, al negar su apoyo mayoritario al Partido Popular
para que forme un nuevo Gobierno, los ciudadanos están exigiendo, a todos los
partidos, políticas diferentes y actitudes distintas.
Pero
“no basta despertar cuando amanece: hay que mirar el horizonte” y, por ello, no
nos reclaman simplemente que desmontemos decisiones implantadas en estos
últimos años. Hay que mirar más atrás para coger impulso y hay que mirar más
lejos y más hondo para diseñar un nuevo futuro.
Nos
reclaman, así, nuevas políticas en las que la apelación al interés general no
sea coartada para hacer recaer su peso sobre las clases medias y trabajadoras
que, con su vida y su trabajo diario, hacen posible el bienestar colectivo.
Nuevas
políticas para hacer real y definitivo el compromiso con el bienestar de todos
y, especialmente, de los desposeídos, de los castigados por la crisis, de los
jóvenes sin perspectiva.
Nuevas
políticas para asegurar el empleo, para hacer del salario garantía de una vida
digna, para comprender que en la educación, la ciencia y la cultura está no
sólo la posibilidad del bienestar y el progreso sino el fundamento mismo de la
condición de ciudadano y el ejercicio responsable de la libertad.
Nuevas
políticas para modernizar nuestro sistema productivo, corregir sus
desequilibrios, atender a su sostenibilidad, promover la creatividad y el ingenio,
garantizar recursos públicos suficientes para mantener efectivo y desarrollar
con coherencia el Estado social.
Nuevas
políticas que actualicen nuestro sistema político para asegurar la
participación ciudadana; para erradicar la corrupción; para simplificar la
estructura y el funcionamiento de los poderes públicos y hacer de la
transparencia norma cotidiana de conducta; para posibilitar en términos reales
la presencia de la mujer en todos los espacios de la vida pública y privada en
condiciones de igualdad efectiva; para impulsar el papel de España en la Unión
Europea y, en fin, para resolver los problemas que las Comunidades Autónomas, y
especialmente Cataluña, puedan sentir en cuanto a su participación en el
proyecto común y en el reconocimiento efectivo de las singularidades que las
caracterizan.
No
es nada extraordinario. Es, solo, la nueva expresión de las aspiraciones y
esperanzas de un pueblo que quiere vivir en paz y libertad, que desea bienestar
y oportunidades de progreso para todos.
Por
eso, el resultado electoral del 20 de diciembre, como cualquier otro, ni
constituye ni puede constituir una situación de emergencia ni exigir una
respuesta de esa naturaleza. Es, sólo, un mandato ciudadano para que la
política encuentre la fórmula de gobierno que mejor responda a lo que los
ciudadanos han exigido con su voto.
Los
españoles han expresado esta voluntad pero no han querido atribuir a un solo
partido la responsabilidad de hacerla efectiva. Sí han querido, sin embargo,
encomendar la satisfacción de sus aspiraciones a quienes, a lo largo de los
últimos cuatro años, han encarnado la propuesta de cambio político y a quienes,
en la campaña electoral, han formulado su compromiso con ese cambio con
propuestas que implican a la vez, un proyecto reformista y un proyecto basado
en valores que toman como destinatarios de sus decisiones a la mayoría de los
ciudadanos.
Nos
han encomendado, así, una tarea para la que la democracia constitucional no nos
había preparado de antemano ni nos había ofrecido precedentes. Tenemos la
necesidad de darles respuesta creando nuevos instrumentos y nuevas normas de
conducta: esa será nuestra primera prueba de compromiso efectivo con los
ciudadanos.
El
Partido Socialista, como fuerza mayoritaria entre las comprometidas con el cambio,
ha asumido la responsabilidad de aceptar el encargo formulado por el Rey para
intentar articular una mayoría suficiente que permita la investidura de un
nuevo Presidente del Gobierno conforme al sistema previsto en la Constitución.
Es
una disposición que sólo se entiende desde la convicción de que, en el nuevo
escenario político, existen condiciones suficientes de confluencia entre el
propio Partido Socialista y los partidos políticos comprometidos con la
estabilidad del sistema constitucional, la integridad del Estado, la reforma de
las instituciones políticas, económicas y sociales y el compromiso con los
intereses de la mayoría a través de políticas que aseguren el crecimiento
económico justo, la protección frente a la necesidad y la lucha por la igualdad.
Es
una disposición, también, que exige contrastar esas coincidencias para
incorporarlas a un programa de gobierno que convierta el compromiso en
decisiones concretas y compartidas para dar respuestas inmediatas a la crisis
económica, social, institucional, política y territorial que España atraviesa
desde hace ya ocho años; para atender en forma integrada a promover un
crecimiento estable y sostenido, reducir la desigualdad y reforzar la
democracia; y para, avanzar, día a día, en la construcción de un país moderno
dotado de estructuras económicas, sociales y políticas estables y acordes con
nuestras capacidades y nuestras necesidades para el siglo XXI.
La
atención efectiva a lo que los ciudadanos reclaman solo se verá satisfecha si
somos capaces de asumir un acuerdo concreto sobre el contenido de ese programa
de gobierno; si somos capaces de mantener una voluntad compartida de llevarlo a
cabo en todos los ámbitos a los que se extiende: económico, social, político,
institucional; y, especialmente, si ese acuerdo somos capaces de extenderlo a
la reforma de la Constitución y al pacto territorial que debe incorporarse a
ella.
Vivimos
tiempos difíciles y excepcionales que, para afrontarlos con éxito, requieren de
todos los partidos políticos, no tanto frentes y confrontación, sino
negociación, diálogo, generosidad y acuerdo sobre las iniciativas, las
propuestas, los proyectos, los compromisos. Esta es, hoy, la condición, y la
garantía, para ofrecer a los ciudadanos un nuevo Gobierno progresista y reformista
al servicio de sus necesidades, aspiraciones e intereses.
Pero
la generosidad y la voluntad de diálogo y acuerdo debemos ofrecerla, y
exigirla, de todos los partidos. La naturaleza y el alcance de las reformas que
debemos emprender requerirán del concurso de todos y la atención a todos. Sólo
así será posible que la nueva etapa que ahora se inicia prolongue sus efectos
durante decenios en beneficio de todos los ciudadanos de hoy y también de
quienes nos suceda.
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