NO SOMOS MONARQUICOS PORQUE NO LO PODEMOS SER; QUIEN ASPIRA A SUPRIMIR AL REY DEL TALLER NO PUEDE ADMITIR A OTRO REY
Esta cita de
Pablo Iglesias, fundador del PSOE, fue utilizada por el socialista Luis Gómez
Llorente el 11 de mayo de 1978, durante la defensa del voto particular
presentado por el PSOE en el debate sobre la elección de la Monarquía
Parlamentaria como forma política del Estado, que publicamos hoy en nuestro
post.
Este texto es
fundamental para comprender la posición del Partido socialista en este tema, ya
que como afirmó Gómez Llorente “nosotros
reafirmamos ante las Cortes constituyentes la postura propia de nuestras ideas
y de nuestra historia, lo que nos lleva a defender la forma de gobierno
republicana “ pero aclarando que “Si
en la actualidad el Partido Socialista no se empeña como causa central y
prioritaria de su hacer en cambiar la forma de Gobierno es en tanto en cuanto
puede albergar razonables esperanzas en que sean compatibles la Corona y la
democracia, en que la Monarquía se asiente y se imbrique como pieza de una
Constitución que sea susceptible de un uso alternativo por los Gobiernos de
derecha o de izquierda que el pueblo determine a través del voto y que
viabilice la autonomía de las nacionalidades y las regiones diferenciadas que
integran el Estado”.
Al
asumir este Parlamento la expresión de la soberanía del pueblo y proceder a
elaborar la nueva Constitución que en su día sea sometida al refrendo popular
asumimos la obligación de replantear todas las Instituciones básicas de nuestro
sistema político sin excepción alguna. Incluso la forma política del Estado y
la figura del Jefe del Estado, porque sería de todo punto incompatible con la
soberanía que por delegación del pueblo ostentan las Cortes Constituyentes que
ninguna Institución se hurtara a sus facultades.
En
este sentido nuestro Grupo Parlamentario expresa su profunda convicción de que
todo poder sólo es legítimo en tanto que sea expresión de la voluntad popular
libremente emitida, expresamente declarada a través de formas auténticamente
democráticas. La forma de Gobierno y la figura del Jefe del Estado no se sitúan
más allá de ese principio y, por ello, para nosotros no puede ostentar otro
carácter de legitimidad, sino su asentamiento constitucional.
Ni
creemos en el origen divino del Poder, ni compartimos la aceptación de carisma
alguno que privilegie a este o a aquel ciudadano simplemente por razones de
linaje. El principio dinástico por sí solo no hace acreedor para nosotros de
poder a nadie sobre los demás ciudadanos. Menos aún podemos dar asentimiento y
validez a los actos del dictador extinto que, secuestrando por la fuerza la
voluntad del pueblo y suplantando ilegítimamente su soberanía, pretendieron
perpetuar sus decisiones más allá de su poderío personal despótico, frente al
cual los socialistas hemos luchado constantemente.
Por
otra parte, tampoco se trata de aceptar la Monarquía meramente como una
situación de hecho. Allá los partidos que reclamándose de la izquierda piensan
que algo tan trascendente y duradero como la forma política del Estado puede
darse por válida a merced de razones puramente coyunturales, de pactos
ocasionales, o de gratitudes momentáneas. No somos nosotros de aquellos que
pueden hacer el tránsito súbito en unos meses, desde el insulto a la
institución y la befa a la persona que la encarna, al elogio encendido y la
proclamación de adhesiones estusiastas con precipitada incorporación de
símbolos o enseñas. Da la casualidad de que donde ésos gobiernan fueron
derribadas violentamente las Monarquías, y no precisamente por plebiscitos.
Bien
al contrario, la actitud de los socialistas ante la institución monárquica es
más serena, más de principios, más estable, probablemente más sincera. No
ocultamos nuestra preferencia republicana, incluso aquí y ahora, pero sobrados
ejemplos hay de que el socialismo, en la oposición y en el Poder, no es
incompatible con la Monarquía cuando esta institución cumple con el más
escrupuloso respeto a la soberanía popular y a la voluntad de reformas y aun
trasformaciones que la mayoría del pueblo desee en cada momento, ya sea en el
terreno político o económico.
Alguien
se ha permitido decir recientemente que si los socialistas creyéramos que podía
prosperar nuestro voto particular republicano no lo hubiéramos presentado, o lo
hubiéramos retirado, y que, por tanto, lo mantenemos con insinceridad y con
demagogia. Esto no es cierto. Se equivocan quienes así hablan, o acaso no nos
comprenden porque es difícil entender a otro cuando se parte de una propia
manera de hacer la política harto distinta de la nuestra, probablemente
condicionada la suya por tantos y tan graves errores que apresuradamente tienen
que dar muestras de rectificación.
Lo
cierto es que si nuestro voto particular republicano tuviera éxito es porque se
darían las condiciones de mayoritario consenso aquí y ahora en tal sentido, y
en consecuencia lo mantendríamos con idéntica decisión.
Mas,
cabe entonces preguntarse: si los socialistas están conscientes de que en estas
Cortes van a ser minoritarios en este punto, ¿por qué mantienen su voto particular
sobre la forma política del Estado?
Es
sencillo contestar: por honradez, por lealtad con nuestro electorado, por
consecuencia con las ideas de nuestro partido, porque lo sentimos como un
mandato que debemos cumplir de tantos y tantos republicanos que, no habiendo
podido concurrir en cuanto tales a las elecciones del 15 de junio, depositaron
en nosotros su confianza, sabedores de que hacemos honor a nuestros empeños;
también, porque cuando se tiene un tan amplio respaldo popular, avalado por una
larguísima historia de décadas de lucha por la democracia y la igualdad social,
podemos y debemos proseguir una línea de conducta en verdad clara y
consecuente. Estamos conscientes de ser los actuales socialistas depositarios
de esa trayectoria que fundamenta la credibilidad de grandes masas en nuestro
partido, en el partido de Pablo Iglesias, y nos sentimos inexorablemente
obligados a continuarla sin mixtificaciones. Por tanto, puestos en la tesitura
constituyente, impelidos los socialistas a definirnos sobre la forma política
del Estado, mantenemos nuestro criterio y definimos claramente nuestra posición
sobre el tema.
Sin
embargo, no pretendemos con esto fragilizar el nuevo régimen, ni por nuestra
aptitud quedará en precario ninguna de sus instituciones, pues a nadie se le
escapa que al someter a discusión clara y profunda cada una de ellas, y hacer
que todas nazcan del contraste previo de las opiniones y la ulterior decisión
democrática sobre cada una, el sistema en su conjunto y en sus partes de la
nueva democracia española quedará más firmemente consolidado y aceptado.
Empero,
sin mengua del valor positivo que damos desde ahora a la Constitución que se
otorgue a nuestro pueblo, nosotros reafirmamos ante las Cortes constituyentes
la postura propia de nuestras ideas y de nuestra historia, lo que nos lleva a
defender la forma de gobierno republicana por diversas razones que sería
imposible agotar en el breve plazo que el Reglamento concede a la defensa de un
voto particular, pero que parece inexcusable, al menos, apuntar a ciertos
rasgos.
Entendemos
que la forma republicana del Estado es más racional y acorde bajo el prisma de
los principios democráticos.
Del
principio de la soberanía popular en sus más lógicas consecuencias, en su más
pura aplicación, se infiere que toda magistratura deriva del mandato popular;
que las magistraturas representativas sean fruto de la elección libre, expresa,
y por tiempo definido y limitado.
La
limitación no solo en las funciones, sino en el tiempo de ejercicio de los
magistrados que gobiernan o representan a la comunidad, constituye una de las
ventajas más positivas de los sistemas democráticos, pues permite resolver en
forma pacífica, gracias a la prevista renovación periódica, el problema de la
sustitución de las personas que encarnan dichos cargos, volviéndose, por el
contrario, sumamente conflictivo el desplazamiento y sustitución de los
gobernantes, tantas veces necesario en la vida de los pueblos, cuando no existe
como procedimiento ordinario el régimen de elección periódica.
Las
magistraturas vitalicias, y más aún las hereditarias, dificultan el fácil
acomodo de las personas que ejercen cargos de esa naturaleza a la voluntad del
pueblo en cada momento histórico. No se diga para contrarrestar este argumento
que pueden existir mecanismos en la propia Constitución que permitan alterar
esas estructuras, pues resulta obvio que tales cambios llevan consigo un nivel
de conflictividad inconmesurablemente mayor que la mera elección o reelección.
Renovar
a los gobernantes, incluso aquellos que ejerzan las más altas magistraturas, es
necesario, y aun a veces imprescindible, y no porque la voluntad del pueblo sea
mudadiza caprichosamente, sino porque la materia objetiva cambia; o la persona
misma, dejando de ser lo que era, o las circunstancias que la hicieron la más
idónea en un momento dado, o simplemente ambas cosas de consuno, surgiendo
otras posibilidades óptimas.
Por
otra parte, es un axioma que ningún demócrata pude negar la afirmación de que
ninguna generación puede comprometer la voluntad de las generaciones sucesivas.
Nosotros agregaríamos; se debe incluso facilitar la libre determinación de las
generaciones venideras.
No
merece nuestra aquiescencia el posible contra argumento que nos compense
afirmando la neutralidad de los magistrados vitalicios y por virtud de la
herencia, al situarse más allá de las contiendas de intereses y grupos, pues
todo hombre tiene sus intereses, al menos con la institución misma que
representa y encarna, y por mucho que desee identificarse con los intereses
supremos de la Patria, no es sino un hombre, y su juicio es tan humano y
relativo como el de los demás ciudadanos a la hora de juzgar en cada caso el
interés común.
Proyectando
este pensamiento a la historia de España en el lacerado tiempo de nuestros
esfuerzos y nuestras luchas desde que comenzaron los intentos de establecer un
régimen constitucional, nadie puede afirmar con un mínimo de rigor que haya
resplandecido precisamente la neutralidad de la corona en las contiendas
sociales o políticas. Acaso era por eso por lo que exclamaba Pablo Iglesias en
el Parlamento el 10 de enero de 1912: «No somos monárquicos porque no lo
podemos ser; quien aspira a suprimir al rey del taller, no puede admitir otro
rey».
Vuestras
Señorías conocen bien las aspiraciones igualitarias que mueven a los socialistas,
y con cuánto esmero nos hemos esforzado en la teoría y en la práctica por
compatibilizar la libertad y la igualdad. De ahí que veamos con reparos la
herencia.
¿Cómo
no hemos de sentir alejamiento ante la idea de que nada menos que la jefatura
del Estado sea cubierta por un mecanismo hereditario?
El
hecho de que todos hablemos hoy aquí con respeto de las personas de los
actuales monarcas y de su familia, entenderán que no empaña nuestras razones, y
por respeto a las personas citadas nos abstenemos de entrar en análisis y
ejemplos de los reyes de otro tiempo.
Empero,
en el orden de las ideas, nadie sensato puede sentirse ofendido por escuchar la
del otro, y cualquiera ha de entender que quienes nos sentimos impulsados por
la lucha contra el privilegio, y no aceptamos otra carta de singular
retribución que el propio esfuerzo y el mérito, prefiramos la República como
forma de Gobierno.
Como
habrán podido observar, casi todas las ideas que hemos argüido hasta el
presente no tienen su génesis en el específico y propio pensamiento socialista,
sino que hunden sus raíces en el liberalismo radical. y que ya hace tiempo
fueron reivindicadas por los radicales burgueses.
No
se asombren aunque algunos de ustedes no se hayan percatado, el socialismo no
es sino una gran pasión por la libertad, y todas las reformas económicas que
deseamos no tienen otro objetivo que hacer más libres en la realidad cotidiana
a las mujeres y hombres de nuestro país. No nos sentimos de ningún modo la
negación destructora de cuanto el liberalismo tuvo de progreso en la historia
de la cultura humana. El socialismo viene sólo a poner las condiciones
económicas y políticas adecuadas para que sea real en todos los seres humanos
el sueño de libertad personal que concibieron los padres del liberalismo.
Antes
de concluir nos parece imprescindible recordar que los socialistas no somos
republicanos sólo por razones de índole teórica. Menos aún los socialistas
españoles. Pertenecemos, ciertamente, a un partido, el PSOE, que se identifica
casi con la República, y no en vano, porque fue el pilar fundamental en el
cambio de régimen del 14 de abril de 1931.
Nos
abstendremos de hacer un largo «excursus» histórico, pero entendemos de alta
utilidad para propios y extraños esclarecer, siquiera muy brevemente, por qué
el socialismo español se fue tiñendo cada vez más intensamente de
republicanismo.
Como
recordarán, nuestro Partido se fundó durante la Restauración, el año que viene
va a cumplir su centenario. Al constituirse el Partido Socialista Obrero
Español no inscribió en su programa máximo, es decir, entre los objetivos que
desde entonces son nuestra razón de ser, el tema de la reforma política del
Estado. Obviamente los fundadores del Partido eran republicanos, pero el hecho
que les acabo de indicar es clara muestra de la importancia que se le daba, y
que para un socialista normalmente ha de tener ese asunto, o sea, secundaria, y
matizada en su intensidad según la circunstancia histórica que atravesemos.
Ahora
bien, ¿cómo trató la Restauración al movimiento obrero, o más en particular a
los socialistas?
Baste
recordar que uno de nuestros mejores historiadores ha definido el régimen de la
Restauración como la oligarquía de las dos cabezas. Las corrupciones del
sistema de los dos partidos turnantes, por igual monárquicos, por igual
conservadores en el fondo, significó la falsificación sistemática del sufragio
y el mantenimiento artificioso de una monarquía pseudoparlamentaria,
fantasmagórico aparato sin otro fin en todo su tinglado que marginar la
voluntad auténtica de los pueblos de España y la postergación desesperanzada de
las clases oprimidas.
Durante
bastantes años, el PSOE no hizo causa común con el republicanismo en cuanto
tal. Sin embargo, hacia 1909 se impuso como una necesidad imperiosa la
conjunción republicanosocialista. ¿Para qué? Para combatir al caciquismo,
simplemente para algo tan elemental como conseguir unas verdaderas libertades
públicas y un régimen democrático honesto.
Hacia
1917, todo lo más sano del país reclamaba Cortes constituyentes al monarca,
pero esas voces de regeneración fueron desoídas.
En
el manifiesto de la huelga general, de 12 de agosto de 1917, suscrito por Largo
Caballero, Daniel Anguiano, Julián Basteiro y Andrés Saborit, se dice: «Pedimos
la constitución de un Gobierno provisional que asuma los poderes ejecutivo y
moderador y prepare, previas las modificaciones imprescindibles en una
legislación viciada, la celebración de elecciones sinceras de Cortes
Constituyentes que aborden, en plena libertad, los problemas fundamentales de
la Constitución política del país.
Coincidían
estas aspiraciones con el significado de la Asamblea de Parlamentarios de
Barcelona y aun con las Juntas militares de Defensa y con las Juntas de Defensa
civiles. Empero ese clamor general, la gran huelga general de agosto fue
aplastada por las armas en medio de una tremenda masacre.
La
Monarquía perdió una ocasión excepcional de europeizarse políticamente. Pocos
años después, agotado en sus propios defectos y miserias, el régimen acudía sin
ambages a violar la Constitución: a la dictadura.
Ved
que en España la libertad y la democracia llegaron a tener un solo nombre:
¡República!
Una
inteligencia que es preciso respetar por su agudeza, como Luis Araquistaín,
podía expresar así la situación en El ocaso de un régimen «…Hay que desear la
República por patriotismo, por españolismo. La idea de España y la República se
confunden. El problema mínimo de todo liberal español debe ser la República.
Ningún liberal puede ser monárquico en España. Los socialistas españoles no se
hacen vanas ilusiones, aunque sin ellos no habría República y cuando la haya
será, principal y casi exclusivamente, por ellos, no ignoran que esa República
no podrá ser inmediatamente socialista».
Perdonen
estas brevísimas alusiones al pasado, que no hubieran sido hechas sino para dar
claves de nuestra actuación no sólo en el presente, sino en el futuro. El PSOE
fue en primer lugar republicano, y baluarte de la República, cuando no hubo
otra forma de asegurar la soberanía popular, la honestidad política y, en
definitiva, el imperio de la ley unido a la eficacia de la gestión. Don Manuel
Azaña 1 no definía de otro modo en sus discursos la virtud republicana.
Si
en la actualidad el Partido Socialista no se empeña como causa central y
prioritaria de su hacer en cambiar la forma de Gobierno es en tanto en cuanto
puede albergar razonables esperanzas en que sean compatibles la Corona y la
democracia, en que la Monarquía se asiente y se imbrique como pieza de una
Constitución que sea susceptible de un uso alternativo por los Gobiernos de
derecha o de izquierda que el pueblo determine a través del voto y que
viabilice la autonomía de las nacionalidades y las regiones diferenciadas que
integran el Estado.
Pero
a la hora en que estamos, y estando por el trance constituyente determinados a
definirnos, hemos expuesto nuestros motivos de diversa índole para mantener
nuestro voto particular.
Finalmente,
una afirmación que es un serio compromiso. Nosotros aceptaremos como válido lo
que resulte en este punto del Parlamento constituyente. No vamos a cuestionar
el conjunto de la Constitución por esto. Acatamos democráticamente la ley de la
mayoría. Si democráticamente se establece la Monarquía, en tanto sea
constitucional, nos consideraremos compatibles con ella.
El
proceso de la reforma política hace inevitable que en su día se pronuncie el
pueblo sobre el conjunto de la Constitución, y puesto que ello es previsible y
racionalmente inevitable, no haremos obstrucción, sino que facilitaremos el
máximo consenso a una Constitución que ha de cerrar cuanto antes este período
de la transición y abrir el camino a nuevas etapas del progreso y
transformaciones económicas y sociales, a las que en nada renunciamos, y para
las que sólo pretendemos ser un instrumento de nuestro pueblo.
Comentarios
Publicar un comentario